Mismo lugar de siempre, misma hora (un ratito antes de la puesta de Sol).
Me dirigí a la colina con intención de retratar la salida de la Luna llena entre los pináculos de piedra. Algo que tenía calculado desde meses atrás.
Llevaba horas lloviendo (nueva ley de Murphy: al fotógrafo que requiere de cielo despejado le cae una tormenta) y parecía ser que la hora propicia, 21’11h, se encontraba en el ojo del huracán. Un remanso de paz y respiro entre nubes que esperaba que durara lo suficiente para mi contienda.
Llegué al lugar, mientras el Sol, el cielo y las nubes mantenían una alocada discusión sobre la propiedad del paisaje. No ganó nadie, pero poco a poco el Sol se fue cansando y la tormenta se hizo a un lado, esperando el momento idóneo para regresar y reclamar lo que creía suyo por pleno derecho.
Entonces, mientras ascendía el último tramo de la colina y alcé mi cabeza la vi. Esos ojos que me miraban, esa postura majestuosa y esos cuernos interminables. Si, una cabra, como no podía ser de otro modo.
Nos miramos un buen rato, hasta que se percató de la presencia de Phoenix y, con un fuerte silbido, dio media vuelta y se marchó.
Me dispuse a seguirla pero, por donde desapareció la cabra apareció otra figura, esta en forma de mujer, mirándome desde la colina. “Me has asustado”, me dijo. Se mantenía firme en el paisaje y tras comprobar que Phoenix era inofensivo, se relajó un poco. La conversación duró poco, pues yo seguía intencionada en ver de nuevo a la cabra antes de la aparición de la Luna. Mientras yo seguía hacia el acantilado ella admiraba inmóvil la puesta de Sol.
Me dirigí al borde del precipicio, oteando el paisaje en busca de aquél gran animal, pero de golpe y sin darme cuenta, la Luna hizo su aparición. Enorme y amarillenta, subía sin prisa pero sin pausa a través de las sinuosas formas de la montaña. En uno de los pináculos, la silueta de una persona denotaba que yo no era la única gozando del espectáculo.
Poco a poco la oscuridad se apoderó del cielo, mientras la Luna iluminaba intensamente el paisaje. La mujer reapareció de golpe a mi lado. Detrás de ella los relámpagos se seguían los unos a los otros. Era una ocasión bastante estrambótica, pues durante un tiempo, cabra, puesta de Sol, tormenta y Luna compartieron el paisaje mientras yo, no sabía en que concentrarme.
La mujer de golpe se interesó en la Luna y en lo que yo hacía allí arriba. Se acostumbró a Phoenix y entablamos al fin conversación, mientras la Luna, ya en la oscuridad, se colocaba en la cima del peñón más grande, como el punto de una “i”.
Me acompañó durante la bajada, en medio de la noche, con la única luz de la Luna y el ruidoso silencio de la noche. Me habló del bosque, me contó sus lugares, los secretos que solo sabes cuando caminas mucho por un lugar, me habló de ríos, cuevas y rocas como si del salón de su casa se tratara.
En ocasiones, nos quedábamos en silencio y el latido del bosque se hacía audible. Me percaté de que mis sentidos se agudizaban. Podía oír a la perfección el sonido del batir de las alas de los murciélagos y la musicalidad de las diminutas gotas de lluvia al caer sobre la piedra. En la lejanía, dos cabras chocaban sus cuernos y al llegar al coche, un búho cantó para nosotras. Habíamos llegado al final del recorrido.
Nos despedimos y se fue. Yo me quedé un rato más. Le di de beber a Phoenix y cambié mis botas de montaña por un calzado más cómodo. Esperé unos minutos, pero el silencio reinaba. Ya no había búho cantor, ya no oía el volar de los murciélagos y las gotas habían cesado de caer.
Marché con la Luna ya en el Zénit, iluminando la noche y yo, de camino a casa, no podía dejar de pensar en la Montaña mágica, cabras, ovnis y brujas.
¿Podría ser que el espíritu del bosque se hubiera aparecido ante mi?
NOTAS:
• La cabra que encontramos en Montserrat es la Cabra montés (Capra Pyrenaica hispánica), introducida en 1995.
• La zona es frecuentada por aficionados al fenómeno OVNI, llegando a formar grupos y salidas mensuales de avistamiento.
• Existe la creencia también en brujería, de que se realizaban reuniones en esta montaña “santa”, en contra de la actuación de los Benedictinos y también encuentros de Sabaths.
• Si uno pasea por la zona y se sale de los caminos establecidos, es posible encontrar rocas, piedras y huesos en el suelo, dibujando extrañas formas.
• Con todo el tiempo que llevo visitando la zona, me alegra haberme encontrado únicamente con las cabras
Si esto hubiera pasado en montañas vascas o navarras, esta misteriosa acompañante que tuviste bien podría ser Mari, personificación de la madre tierra en la mitología vasca.
https://es.wikipedia.org/wiki/Mari_%28diosa_vasca%29