Hace ya un mes que regresábamos de la última edición del viaje fotográfico a Islandia, con las tarjetas repletas de grandes fotografías y memorables momentos vividos. 10 días durante los cuales recorrimos la isla de fuego y hielo a la búsqueda de los mejores momentos de luz y de la naturaleza más contrastada. Un grupo reducido de fotógrafos me acompañaba en lo que sería nuestra aventura vikinga. Y es que puede que Fortià, Magda, Fina, Rosa y yo parezcamos un grupo que pudiera pasar desapercibido en la inmensidad del paisaje islandés, pero en nuestra ruta nos las vimos con las fuerzas de la naturaleza, la fauna y como no, los trölls.
Islandia no es un país que suela recibir a sus visitantes con un cielo despejado. Aun así, la dinámica general fue a lo que yo llamaría, “buen tiempo islandés”: cielos parcialmente nublados, poca lluvia e incluso algún día de Sol, lo cual facilitaba unas buenas atmósferas para nuestras fotografías. Las temperaturas, entre los 9 y los 14 grados, nos hacían disfrutar de un verano algo inusual, fresco y agradable.
En el Sur descubrimos cascadas ocultas, acantilados repletos de aves y roca basáltica. Caminamos sobre Vatnajökull, el mayor glaciar de la Isla. Vimos la belleza de la puesta de Sol sobre los icebergs de Jökulsárlón y navegamos entre ellos, sorprendidos por la presencia de alguna foca.
En el este, caminamos las horas más oscuras del verano islandés en Stokksness. Cruzamos los fiordos y alcanzamos los bosques más destacados del país hasta llegar al Norte. Una vez allí, un paisaje volcánico nos envolvió: Montañas de colores, campos de lava aún caliente y fumarolas eran cuanto alcanzaba la vista. Caminamos por la base de gigantescas cataratas y tuvimos nuestro encontronazo con las ballenas jorobadas, que danzaron frente a nosotros a la búsqueda de alimento.
En nuestro rumbo al oeste pudimos gozar de un tranquilo día en una península prácticamente desierta, y fotografiar un rojizo atardecer entre focas, aves marinas y trölls de piedra y a nuestro regreso a la capital, nos mezclamos con la población local y descubrimos los secretos de Reykjavík. Entre risas, tomábamos nuestra última cena en la tierra de fuego y hielo. Un viaje inolvidable a uno de los lugares más impactantes de la Tierra.
Sin duda Islandia es un lugar para ir al menos una vez en la vida. Yo ya llevo unos cuantos viajes a mis espaldas y por el momento creo que no me cansaré de volver. Sus largos días de verano son un regalo para el fotógrafo de naturaleza y los aventureros, mientras que sus largas noches de invierno esconden tesoros de luz para los amantes de la astronomía, y cualquier enamorado de los espectáculos naturales: la aurora boreal.
Si estás leyendo esta crónica y no aguantas más, aquí te espero para las ediciones de invierno y verano de 2018, organizadas, como siempre, junto a AUSTRALphoto y Descubrir Tours: