Se dice que no se sabe lo que se tiene hasta que se pierde… Yo siempre lo he sabido.
Durante el último tercio de mi vida Phoenix ha caminado conmigo, fue mi compañero en la vida y ahora me falta. Hace un par de semanas habría cumplido 13 años y aunque ha sido capaz de disfrutar de la vida hasta el último momento, he sentido la presencia de este final aproximándose desde que cumplió los 8. Como consecuencia, he tratado de ser consciente de que tarde o temprano sucedería, pero he sido incapaz de prepararme porque no podía ni pensar en ello.
Una decisión importante, la de compartir la vida con un animal que ves nacer y sabes que verás morir. Hoy, a cuatro de meses de su muerte aún oigo el ruido de sus patitas al caminar por la casa, lo huelo en mi coche y siento el tacto de sus orejas. Me parece verlo acompañarme cuando salgo a la montaña, pero ya no está. Ya nadie me recibe al volver a casa y no tengo nadie a quien traer palos y chucherías cuando vuelvo de un largo viaje.
Hace unos días me encontré con un perro abandonado en la montaña. Miraba desesperadamente los coches que pasaban por si uno era su humano, que volvía a por él… pero no. Por suerte el perro ha tenido un final feliz, o eso parece, puesto que un vecino lo metió en su casa.
Un perro es un animal que debería haber nacido libre como el guepardo o el águila, pero el hombre así no lo ha querido. Yo no decidí tener perro porque no me interesaba la atadura que representa, ni le veo sentido a “poseer” un ser vivo, pero las circunstancias hicieron que quisiera salvar la vida a Phoenix y a sus hermanos, quienes estaban destinados a morir a manos de un horrible hombre quien no debería tener acceso a animales, y desgraciadamente no encontré nadie en quien confiarle el resto de su vida. Si decides tener un “animal de compañía” debes ser consciente de la inmensa responsabilidad que ello conlleva, no es un juguete, es una vida.
Phoenix nació un 26 de julio en una hípica del Valle de Aran. Lo hizo junto a sus cinco hermanos. Su destino no era vivir, pues su raza no era pura, y, el dueño de la madre, una Bóxer de pura raza que vivía en una jaula de un metro cuadrado, solamente la necesitaba para la cría de perros de raza, los cuales vendía al menor postor.
Una mañana de un mes de julio, amanecimos con la sorpresa de que la pobre perra había parido sola en la cuadra. En su pecho, seis cachorros desesperaban por sus primeros sorbos de leche.
Pero su esperanza de vida era corta, pues el padre no era Bóxer, sino Pointer, y, por lo tanto, su legítimo dueño decidió que “los metería en una bolsa y los lanzaría al río”. Pude salvar algunos, pero desgraciadamente no a todos. Dejé aquél trabajo soñado (en la montaña, al aire libre y con los caballos) a finales de agosto cuando el mismo hombre me levantó la mano por proteger un joven potro de sus golpes.
En una excursión vinieron más clientes de lo normal, de modo que el dueño decidió sacar una de las yeguas recién paridas, pero el potrillo no quería que nos lleváramos a su madre, de modo que quiso salir del box junto a ella. El dueño lo evitó a puntapiés y decidí interponerme, a lo que me llevé una amenaza con la forma de una mano abierta en alto.
Todos los clientes lo vieron y me dijeron que si quería denunciar serían testigos. Aun así, no quise hacerlo. Al regresar de aquella excursión dejé el trabajo y me llevé los dos perros que quedaban (ya di uno y los otros no pude salvarlos).
El primer perro que regalé lo robaron por pensar que era de raza. El segundo lo volví a ver hace unos años en el Valle de Aran, una perrita guapísima y muy parecida a su hermano, mi amigo, mi compañero.
A Phoenix y todos los bártulos (mantita, biberón, preparado para leche, etc…) los regalé a Chema, un antiguo compañero de estudios quien, tras llevárselo a su casa, decidió abandonarlo sin decirme nada. Un amigo le vio hacerlo, recogió a Phoenix y me lo trajo de vuelta. Chema, eres un desgraciado, si no podías tener el perro creo que es de una estupidez desbordada no habérmelo traído de nuevo o avisarme para venirlo a buscar.
Y tú, Santi, pues ya ves: uno de esos perros que quisiste matar porque «a nadie le puede gustar un perro que no sea de raza», ha sido lo más importante en la vida de alguien… mi vida. Ha sido feliz y me ha ayudado a serlo. Ha corrido prácticamente por toda España y Francia. Ha vivido aventuras, ha sido valiente pero también cobarde, ha sido listo y ha sido ingenuo, ha corrido por prados llenos de flores, ha subido montañas y ha nadado en el mar. Ha sido un compañero de vida y siempre voy a recordarlo. Ahora comparto su historia para que lo recuerden también aquellos que lo conocieron y lo conozcan los que no caminaron a su lado.
Si queréis saber más sobre las aventuras de Phoenix, aquí tenéis algunas entradas dedicadas a él en mi blog:
Hola Marta, una entrada muy bonita en recordatorio a Phoenix.
Son de los seres más agradecidos que conozco y los que te hacen a ser mejor persona.
Sinceramente, siento tu perdida.
Un abrazo de alguien que siente como tu.
Jose
Hola Marta, el último día que estuve en tu casa, solo traspasar la puerta noté ese vacío y Nut (el amigo de Phoenix) también lo notó por que recorrió la casa buscándolo.
Antes de subir Nut sabia cual era la portería de su amigo y se alegró por que pensaba verlo.
A esos desgraciados maltratadores de animales y, no digo desgraciados despectivamente sino con todo el significado de la palabra, ya que creo que es una desgracia no saber captar el amor que dan, es una desgracia el amor que se pierden y, pienso que son personas vacías que no saben amar.
Un homenaje a Phoenix, precioso!, que me ha emocionado.
Una abraçada.
Esther.
Hola Marta,
He encontrado tu blog casi de casualidad (A través del anuncio de tu curso en Casanova Foto).
A parte de tu trabajo, que me encanta, he visto esta entrada y, la verdad, me ha emocionado. Además comparto contigo este sentimiento tan fuerte por la ausencia de alguien muy querido y amado.
Así que tu sensibilidad me ha llegado muy adentro.
Gracias Marta.
Un abrazo,
Salva