Es impresionante la cantidad de luz que refleja la Luna. Durante una noche de Luna llena, vemos el paisaje perfectamente a simple vista; las sombras que proyectan el paisaje y nuestro propio cuerpo sobre el lugar son opacas, e incluso somos capaces de movernos sin iluminación artificial secundaria, como frontales o linternas.
Cuando uno se aficiona a la fotografía nocturna, lo más común es intentar huir de la Luna, y en especial de la Luna llena, a fin de contemplar un cielo lo más estrellado posible. Sin embargo, esta vez he hecho una excepción. Y en esto tengo que agradecer al compañero Tato Rosés, que me convenció (sin mucha dificultad) a hacer una excursión por el Pirineo profundo en estos días del mes que suelo evitar para hacer nocturnas.
La verdad es que hacía mucho tiempo desde la última vez que disfruté de una sesión de paisaje nocturno con iluminación lunar, pero aunque en el momento de hacer las fotos pensaba que había un exceso impresionante de luz, ahora que veo las fotografías resultantes pienso que también tiene su belleza, pues no sólo el resultado es visualmente atractivo, sino que además, la cantidad de luz en la escena nos hacía partícipes de lo que pasaba a nuestro alrededor: las flores se cerraban al entrar la noche, las ranas croaban en los bordes del lago y el reflejo de las montañas se iba haciendo nítido a medida que la brisa se calmaba.