O “como ir a fotografiar grullas en Gallocanta y terminar rodeado de cabras”
Ir a hacer fotos solo mola, pero también mola ir acompañado, y si es bien acompañado, mejor. A lo largo de los años he ido saliendo a la montaña acompañada por distintas personas; fotógrafos, amigos, parejas, familia (¿por qué no?), aunque siempre hay alguna pequeña pega; el aficionado a la fotografía querrá aprovechar para aprender de tus consejos (lo cual no es malo pero uno también quiere hacer fotos), el amigo y la pareja te aguantarán un rato, pero luego les entrará frío y querrán irse, aún cuando ni siquiera has empezado a fotografiar. La familia… bueno, bajará del coche, hará una foto con el smartfone y si es de día Y hace sol, puede que aprovechen el ratito para un paseo por el campo pero si no escucharás el eco de su voz desde el coche diciendo “ya has hecho la foto”? El fotógrafo es el mejor de todos. Entiende tu proceso fotográfico y no le importa trasnochar, pero os miráis de reojo cada vez que encontráis un buen encuadre para comprobar que no habéis visto el Santo Grial a la vez.
Encontrar un colega fotógrafo es la mejor opción de las nombradas en el párrafo anterior, pero es muy importante encontrar uno de bueno; uno que te ayude a madrugar, que no se te duerma de noche, que respete tu trabajo y no aproveche tus ideas ni tu las suyas. A mí me ha costado pero ya tengo unos pocos de esos y ellos ya saben quienes son.
Al lío.
Pues eso, hace un par de semanas fui a Gallocanta para ver el espectáculo de las grullas y en esta ocasión, me acompañó una vieja amiga que además de ser aficionada a la fotografía le pirran las aves. Ella a su vez se trajo a otra amiga, también pajarera de corazón. Cual fue mi sorpresa cuando ninguna de las dos trajo cámara de fotos (ay ay ay…) pero la verdad es que encontré en ellas el compañero de viaje ideal. Nos compenetrábamos en horario (salidas y puestas de sol incluidas) e incluso precisaban de un buen rato observando cada ave que encontrábamos para identificarla, mientras yo tenía mi ratito para preparar la toma. Además, gracias a su conocimiento de la materia, la sesión resultaba doblemente satisfactoria, pues además de disfrutar con la fotografía, aprendía sobre aquello que estaba retratando.
Todo fue fantástico hasta que empezaron a llover del cielo los chistes de cabras. No sabía como, pero mi animal fetiche me perseguía de nuevo. No tardé en darme cuenta de que los chistes no iban por mí, sino por una de mis acompañantes, que resultó ser veterinaria de cabras (y yo sin saberlo). Lo sé. Casualidades de la vida. El caso es que de las grullas nos fuimos a las cabras y poco a poco estas terminaron por rodearnos. Literalmente. Y cuando se fueron las cabras nos sorprendieron los corzos, pero eso ya para otro día si eso.
Lo que yo os diga, fotógrafos del mundo, poned un ornitólogo en vuestra vida.
Post y fotos dedicados a Laura y Sara, ¡nos vemos en la próxima cracks!