Últimamente he estado pensando mucho en Islandia, y es que siempre tengo un pensamiento en este lugar tan increíble y especial. Revisando las fotografías de mi archivo, me he topado con aquella primera aurora boreal.
Fue durante mi primer viaje a Islandia.
Decidí ir en Septiembre, a pesar de ser una muy mala elección meteorológicamente hablando, con la intención de tener una mínima posibilidad de poder ver las luces del norte. Este es un espectáculo reservado a los meses de invierno en latitud norte, donde durante el verano el Sol no llega a ponerse y no se hace nunca de noche pero a partir de septiembre, ya hay una cantidad de noche considerable. Ver una aurora boreal es una lotería, pero lo tenía que intentar!
Llevábamos cuatro días de viaje. Cuatro días de trekking, caminando bajo la niebla y la lluvia, casi sin ver el cielo, cuando de repente salió el Sol. Más adelante sabríamos que aquel Sol sería el único que veríamos durante todo el viaje. Ese día nos quedamos colgados en la carretera. Acabábamos de alquilar un coche que se quedó sin batería y que después trastearlo con la ayuda de varios viajeros, terminamos arrancando demasiado tarde como para acabar de aprovechar el día.
Con las últimas luces llegamos hasta Geysir, donde se encuentra el famoso géiser que da nombre a todos los géiseres del mundo, y su hermano pequeño Stokkur. Después de ver la zona fuimos hacia nuestro coche-casa a hacer la cena, pero mientras el cielo se oscurecía, unas extrañas luces empezaron a aparecer. Aún había demasiada luz en el cielo para ver que era lo que estaba pasando, pero de alguna manera yo sabía que eran aquellas luces.
A medida que el cielo se oscurecía, el espectáculo se volvía más impresionante. Las auroras se movían rápidamente, pasando del verde al violeta y bailando al ritmo de las erupciones espontáneas de Stokkur. Era un festival de luz y de color por parte de las auroras, de vez en cuando interrumpido por las actuaciones improvisadas del pequeño géiser, que escupía agua a una temperatura de 120 grados, elevándola hacia el cielo, como si quisiera remojar las luces del norte.
Poco a poco, las auroras fueron posicionándose hacia el cenit, donde dibujaron formas imposibles, hasta que la totalidad del cielo se volvió verde. Entonces el movimiento paró, y la noche se tiñó de aquel color, que poco a poco se fue difuminando hasta hacerse finalmente la oscuridad, volviendo la paz y la quietud al paisaje.
Todas las imágenes de esta entrada son de la misma noche. La primera en la que vi una Aurora Boreal