El bosque de las tinieblas

Últimamente me doy cuenta de lo mucho que me gusta caminar de noche. ¿Será porque es el único momento en el que uno no se derrite por la calor en estos calorosos días de verano? Quizás ese sea un gran motivo, aunque la verdad es que también me encanta el sendero imprevisto que desde la más oscura noche se aparece de repente ante la luz de mi frontal a cada paso que doy, agudizando mis sentidos, intercalando troncos y rocas, curvas, subidas y bajadas. También me encanta que pese a la potente luz que llevo conmigo, las estrellas brillen aún con más intensidad, y por supuesto, aquel momento en el que me percato de la belleza del entorno y decido detenerme, apagarlo y gozar de la noche con mayor intensidad.

 

 

Al crujir de una rama bajo mis botas, algo se mueve a gran velocidad bosque adentro, me detengo sin éxito en averiguar que ha sido. Retomo mi camino y desde detrás de un árbol, una pálida polilla se ve atraída por mi luz. Miro el árbol. Parece que él también me mira a mi. Es grande, seco, sin hojas. Sus ramas parecen querer alcanzar las estrellas, y da la sensación que realmente lo van a lograr.

 

 

El cielo de esta noche ha sido espectacular. Aún así, he querido revelar las fotografías con una temperatura de color algo más cálida de lo que en un principio interpretó mi mente, para así resaltar mejor las formas de los árboles y la Vía Láctea en el fondo.

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