Pues como la última entrada fue 100% invernal, quizás sea el momento de un post más floral, más al estilo de la primavera que nos ocupa.
La verdad es que nunca me he definido mucho como fotógrafa de flora, de hecho las flores siempre me han parecido bastante indiferentes comparadas con la fauna salvaje y los grandes paisajes, pero la verdad es que cuando vuelvo de una salida fotográfica y empiezo a revelar y seleccionar, cada vez me doy más cuenta de que los resultados que más me gustan una vez en casa son los de flora.
Y no solo hablo de bosques densos y curiosas setas, sino que las propias flores parecen captar la atención de mis objetivos. Sobretodo cuanto más pequeñas son, más juego dan, pues el trabajo es entonces el de jugar con sus colores, sus formas y su distribución, de manera que la composición final tome sentido.
Y es que es muy curioso, el caminar y caminar durante largas horas e interminables paisajes para realizar unas pocas tomas, pero encontrarte de repente atrapado durante más de media hora con dos simples florecillas de un dedo de altura.
Nada más allá era mi intención que la de compartir esta breve reflexión sobre curiosidades personales y florales. En este post tenéis algunas imágenes realizadas en la última semana en el prepirineo catalán. No es que sea de lo mejorcito fotográficamente hablando, pero si que son un ejemplo de lo que en estas líneas os comento.