Fotografiar aquel paisaje por enésima vez

Todos tenemos paisajes predilectos; sea por proximidad, sea porque por mucho que pase el tiempo nos siguen impactante, por recuerdos y vivencias pasadas o porque nos sentimos ligados a él de alguna manera. Disfrutamos de estos paisajes, los caminamos, los visitamos hasta la saciedad, siempre sabiendo que habrá una próxima vez. ¿Pero qué pasa cuando el lugar se ha visitado tantas veces que hemos perdido la cuenta? ¿Qué pasa cuando sentimos que ya hemos fotografiado todo lo que se podía, exprimiendo al máximo sus posibilidades? O lo que es lo mismo … ¿Cómo plantear una sesión fotográfica de naturaleza en un lugar que hemos retratado por enésima vez? A continuación anoto algunos consejos prácticos que pueden ayudar si uno se siente identificado con estas líneas.

 

  1. Redescubrir el paisaje

El primero y más importante es siempre tener la mente abierta. No ir siempre a buscar la misma localización exacta donde siempre plantamos el trípode para hacer la misma panorámica, la misma cascada, el mismo árbol. Tomarse el tiempo de investigar rutas, sobre el mapa e in situ, pasear por toda la cresta, seguir el curso del río de arriba abajo y perderse por aquel bosque.

 

  1. Las épocas del año

Es interesante hacer un estudio básico de cómo las estaciones del año afectan a la localización, para ver a qué cambios se puede ver sometido y por tanto, cuando puede resultar más interesante de fotografiarlo. No obstante, también es un error común el hecho de que, tras detectar qué época del año es la mejor para fotografiar el paisaje elegido, visitarlo únicamente en estas fechas tan señaladas. Es cierto que los prados florecen en primavera, que las montañas quedan blancas en invierno y los hayedos rojos en otoño, pero no es la única posibilidad, y a veces, visitar un paisaje fuera de la época «idónea «, puede llevar más de una sorpresa.

 

Fageda d’en Jordà en otoño, la «época idónea» de este paisatje
  1. Al mal tiempo, buena cara

Una buena idea para ver cómo cambia este paisaje tan querido es esperar un día de climatología adversa: esperar a que llueva, que nieve, que haya niebla o haga fuerte viento. De esta manera cambia la atmósfera, y ésta, a su vez, cambia todo el paisaje, ya sea modificando la luz (niebla), los colores (nevadas) y el carácter (de misterio, salvaje, etc.).

 

Tormenta sobre el Cabrerès
  1. Prestar atención a los detalles

El paisaje no sólo es un espacio enorme, lleno de montañas hasta el infinito, ni una extensa playa llena de piedras con el cielo estrellado. Una hoja colocada sobre una piedra, la filtración de la luz a través de las hojas o la rama de un árbol que cae y se refleja sobre el lago son detalles que pueden convertirse en protagonistas o coprotagonistas de la escena, conjuntamente con el resto del paisaje o por sí solos.

 

Estalactitas de hielo bajo el tronco caído de un árbol
  1. Separar la luz de el color

Un buen ejercicio puede ser, por muy locura que parezca, separar la luz y el color cuando pensamos la fotografía. En cuanto a la luz, la idea es hacer un ejercicio mental donde nos quedamos estancados en la fotografía en blanco y negro,donde el interesante no sólo eran las tonalidades armoniosas sino que también los contrastes. Hay que prestar especial atención a cómo la luz afecta a losdiferentes componentes del paisaje: características como la textura, la opacidado la translucidez pueden acentuar la potencia de la imagen. También esinteresante buscar zonas con fuertes claroscuros y pensar en blanco y negro.Una vez en la fase de revelado y postproducción, se puede decidir si quedan en blanco y negro o no, pero la idea principal es centrar la mente en buscar la luz.

De todos modos, hay que pensar también con la presencia de las sombras. Una sombra se adapta a diferentes relieves y pueden ser intrínsecas (dan volumen a un elemento del paisaje) o proyectadas.

 

Claroscuro. Castanyer d’en Cuc, de del interior
  1. Prestar atención a les combinaciones tonales

En cuanto al color, se pueden hacer combinaciones para armonía, contraste o saturación tonal. El primer caso, consiste en fotografiar un paisaje donde todos los elementos que lo integran son de diferentes tonos correspondientes a un color específico (ejemplo: un bosque con árboles de diferentes tonos verdosos). El contraste tonal sería todo lo contrario, es decir, conjugar elementos con colores contrarios en la rueda de color (rojo y verde, por ejemplo). Por último, en cuanto a la saturación es buscar elementos del mismo color, pero con intensidades diferentes.

 

Contraste tonal de verdes y rojos
  1. Abstracciones

Si nada de esto funciona, si ya se ha puesto en práctica con anterioridad o si se quiere ir un paso más allá, hay que hacer de nuevo un esfuerzo mental y separar el objeto de su concepto, crear composiciones regidas por formas orgánicas, sin terminar de mostrar el elemento del paisaje que estamos retratando, de modo que la persona que vea la imagen no vea (o le cueste ver) la vinculación de lo que hay en la fotografía con el elemento existente: esto se puede hacer de diversas maneras: largas exposiciones, macros de detalles (como la nervadura de una hoja), las «s» de un río que baja montaña abajo, los reflejos del agua de un lago o incluso distorsionando la realidad con movimientos de objetivo (zooms y barridos) o dobles exposiciones (donde se realizan dos exposiciones que se combinan en una sola imagen. Estos son algunos ejemplos, pero las posibilidades son enormes.

 

Visión abstracta de un bosque de otoño

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